Saturday, July 14, 2007

Expedición al Cono Sur (IV)


Montevideo: agua estancada.


Llegando a Montevideo nos esperaban unos amigos a los que no conocíamos, pero que con tanto cariño nos acogieron en su casa: una cabaña hermosa junto a las dunas del inmenso Río de la Plata, muy cerca de la ciudad.

Eleni y Carlos nos organizaron tremendo asado esa noche, junto a la chimenea y bebimos y bebimos grappa, el aguardiente del lugar, parece un poco tequila, ahí mismo conocimos a otras personas; aún no teníamos idea de lo que nos esperaba en la ciudad.
La mañana siguiente -¿cómo pudimos levantarnos tras tremendo festín?- visitamos La Rambla, el malecón donde se asienta la cuidad. Montevideo es una ciudad lindísima, se asemeja un poco a Mazatlán, yace en la costa, tiene una playa linda... andando por la Rambla se puede apreciar el color del río... es prácticamente mar, pero de color púrpura, casi café, y la espuma de las olas es beige... los colores son de lo más surrealista.
Es invierno en el cono sur y para mí hace demasiado frío.
Emprendemos la vuelta por la ciudad vieja... vemos a una persona cada cuatro cuadras así que aún no podría decir cómo son los uruguayos, lo curioso es que todos, o casi todos andan por la calle con su mate y su matera, o por lo menos, con el mate en una mano y un termo con agua hirviendo en la otra -incluso la policía- ¡Vaya espectáculo!
Nos dirigimos, un grupo de cinco personas a comer en un mercado. Muero por probar de nuevo ese tradicional asado en todas sus variantes.
El olor de la ciudad es la leña.
Me cuentan que el 95 por ciento de las casas tienen chimenea, así toda la ciudad está impregnada de ese olor a madera calcinada, es dulzón, aumenta la melancolía del Uruguay.
Uruguay es el país melancólico por excelencia. Lo entiende uno desde que mira los ojos de sus habitantes.
Eso sí, lo más indígena del cono sur soy yo. Nadie tiene tipo latinoamericano.
Ya en el mercado nos ha pasado algo muy extraño, lo dejo para otro post.

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