Wednesday, February 08, 2006

Día ocho: Llagado de su mano

La ilusión serpentina del principio
me tentaba a morderme fruto vano
en mi tortura de aprendiz de magia.


Luego, te fuiste por mis siete viajes
con una voz distinta en cada puerto
e idéntico quemarte en mi agonía.


Lascivia temblorosa de las tardes de lluvia
cuando tu cuerpo balbucía en Morse
su respuesta al mensaje del tejado.


Y la desesperada de aquel amanecer
en el Bowery, transidos del milagro,
con nuestro amor sin casa entre la niebla.


Y la pluvial, de una mirada sola
que te palpó, en la iglesia, más desnuda
vestida en carmesí lluvia de sangre.


Y la que se quedó en bajorrelieves
en la arena, en el hielo y en el aire,
su frenesí mayor sin tu presencia.


Y la que no me atrevo a recordar,
y la que me repugna recordar,
y la que ya no puedo recordar.

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