En las empresas contemporáneas la esclavitud laboral ha vuelto pulida y reluciente, pero igualmente demoledora. El destino del empleado educado es más desafortunado que el del obrero analfabeto. La verdadera riqueza del país se produce en el campo y en la fábrica; por ello, campesinos y obreros nunca pensaron en apropiarse de alguna ideología nebulosa en torno a su labor.
¡Su oferta es evidente!
Por el contrario, el empleado del tercer sector, el de los servicios, no se conforma con el elevado sueldo que recibe; se angustia por darle un significado más alto a lo que hace.
La profesión se ha convertido en ideología.
El bien estimado carácter lucrativo de la profesión se calla sistemáticamente cuando ésta se proyecta como beneficio vital del bien común: los corredores de bolsa se interesan en el “desarrollo”, los publicistas se concentran en la “comunicación”, los agentes de seguros construyen la “conciencia aseguradora”, etcétera.
De ahí proviene el dicho ridículo de que ejercen una "función".
Nuestra sociedad, que se rige por educados, sobrevalúa dichas profesiones y menosprecia ostensiblemente al campesino y al obrero. La prueba es que los compensa con los salarios más bajos y les guarda pensiones miserables y asistencia médica deficiente.
Nadie envidia su suerte.
Los jóvenes sueñan con estudiar para hacer la carrera de uno de los modernos y relucientes trabajos. Esos son los que están en boga. Ofrecen altos ingresos y sobre todo estatus social.
Ni siquiera pueden sospechar que su carrera constituye su “valle de lágrimas”.
Para poder triunfar en estos trabajos la clave es saber venderte a ti mismo; ser lo que el otro quiere que seas. Por un lado te quieren atrevido y agresivo y por otro, prudente y confiable. Las demandas cambian de acuerdo con la rama; una cosa son los sales y otra el finance. Esta comedia de agressive o reliable nunca dejarás de jugarla, ella te mantendrá en el trabajo.
Además, desde el día que pertenezcas a una rama, tendrás que adoptar todas sus obsesiones; como si te integraras a una secta religiosa.
¡LA RAMA SOBRE TODO!
Es el vínculo sagrado que protege y eleva a sus miembros, independientemente de la competencia interna. Con esta deplorable percepción gremial los “compañeros” blindan su profesión y exigen constantemente nuevos privilegios de la sociedad.
Junto con la incorporación de las nuevas profesiones al mercado de trabajo, también se importó la mentalidad occidental del protestante-totalmente-dedicado-a-su-trabajo-. ¡El tiempo que dedican los empleados a la empresa es a t e r r a d o r!
En las empresas contemporáneas la esclavitud laboral regresó reluciente pero igualmente demoledora. El destino del empleado educado es más desafortunado que el del obrero analfabeto.
El horario fijo se cree una cuestión obsoleta y la compensación del tiempo extra es inconcebible. Los empleados trabajan impresionantemente más horas de las que provee la ley, se ocupan en fines de semana y días festivos sin la recompensa adecuada.
¡Los horarios devastadores de 12 a 14 horas son “non stop”! La siesta de mediodía ya está en nuestro país… en persecución; acabó siendo un reproche. Se dice él duerme la siesta implicando que él está fuera del espíritu de nuestros tiempos; en pocas palabras, inadecuado.
(Si los científicos hubiesen podido testificar en público de las propiedades benéficas de la siesta del mediodía, el modelo laboral occidental se habría caído desde hace muchos años. Esta siesta es un bálsamo para nuestra salud psíquica y corporal y Obviamente contribuye de manera crucial a la longevidad. Es mucho más indispensable y vital que cualquier vitamina “health”, “spa” u otra técnica de soporte para el organismo humano).
Un sueldo decente y tal vez algún bonus anual que ofrecen las empresas a los modernos “burros de carga” no compensan las interminables horas de trabajo extra.
Por esto, generalmente, hay algunas prestaciones extra como halago: una bonita oficina (con o sin ventana, dependiendo de tu puesto en la jerarquía de la empresa) y algunos títulos llamativos los cuales esencialmente no significan nada. ¡Eres promovido a Executive, Senior Executive, Coordinator, Supervisor, Director, Vice President, Chief, miembro del Executive Board y otras tantas del montón sin sentido alguno!
La duración de la carrera en una empresa contemporánea se rige por dos elementos básicos: la creciente locura por el trabajo y loyalty hacia la empresa y sus metas.
Además, es necesario compartir algunos nuevos “valores”. Como el lema esquizofrénico “una cosa es el trabajo y otra la amistad”, como si el hombre pudiera prescindir de sus sentimientos. O también el dogma que bajo cualquier costo tienes que llevar a cabo el trabajo que te han encargado.
Todo esto se esconde bajo la deformación vulgar del “profesionista” correcto. ¡Lo que significa que mientras se haga el trabajo, todo se permite! El trabajo tiene prioridad antes de cualquier sentimiento humano, amistad, amor, justicia, comprensión, están en segundo lugar.
Dicen: “soy Professional” y esto lo explica todo.
Al Capone también era “Professional…”
Además, los nuevos profesionistas cuentan con harto énfasis el ejemplo de Aristóteles Onasis que hospedaba a un amigo suyo, también magnate, en su yate. Mientras jugaban backamón, el otro le confesaba felizmente que ordenó comprar dos barcos que recién se habían lanzado al mercado.
Onasis no pareció darle importancia a la información; continuaron jugando, hasta que en un momento se levantó para ir al baño y tardó un poco. Cuando regresó, tomó los dados nuevamente en sus manos y dijo sonriente a su amigo que los barcos que le había mencionado, los había comprado él hacía un minuto.
A este amoralismo bestial se refieren cuando dicen “soy professional”.
El hecho más desgastante para el alma del empleado es que a diario ha de estar a prueba. Las profesiones contemporáneas tienen un grado de inseguridad muy alto en comparación con las tradicionales. Y la competencia infinitamente más ardua; tanto externa, con otras empresas semejantes, como interna, con otros astutos que codician el mismo puesto. Hasta un alto ejecutivo no siente seguridad alguna; llega una mañana a su oficina y sin ningún previo aviso la encuentra toda en el pasillo.
Desafortunadamente en la misma trampa han caído las mujeres.
Hasta hace poco tiempo no habían demostrado la misma –total- dedicación que los hombres a su trabajo. Como seres más complejos, sensibles y sensacionales, daban más importancia a los sentimientos y a los placeres de la vida.
Por esta independencia suya, la sociedad vengativamente las gratificó con un monto de acusaciones: infieles, frívolas, irresponsables, contestonas, etcétera. La alegría y la sensualidad no se perdonan dentro del proceso de la producción. Además, últimamente, si dices un chiste atrevido en el trabajo o insinúas algo, acecha sobre tu cabeza la humillante acusación del “acoso sexual”. ¿No es acaso esto castración? Esto significa “si pasan por esta puerta dejen su sexo afuera”.
Las mujeres, en su esfuerzo por conquistar una fortaleza masculina más, se convierten también ellas en víctimas “Professional”. Formales, serias, con un aire muy ocupado, vestimenta asexual, unos conjuntos oscuros como trajes masculinos, camisas blancas e imitaciones de corbatas.
Se apagó ya la sonrisa, la carantoña y el jugueteo que las hacían adorables. Ya perdieron la ventaja de vida que tenían contra los hombres agotados por el trabajo.
Guy Debord lo escribió con una simplicidad conmovedora: “Sólo los que no trabajan, viven”.
En el fondo de nuestra cabeza todos sabemos muy bien que a este mundo no llegamos ni para hacer carrera, ni dinero, ni un “nombre”; llegamos sobre todo a vivir y, de ser posible, dejar este mundo un poquito mejor de lo que lo encontramos.
Pero no vivimos. Y eso nos vuelve locos.
“La angustia, el estrés, el miedo, la vergüenza, el desprecio, la agresividad, el deseo de poder nacen de una reprimida voluntad para vivir”. (Vanegem)
Con la lógica más común, tantas horas como trabajas, tantas como debieras tener libres para disfrutar lo que ganaste.
Pero el hombre joven gasta todo su tiempo, su inteligencia, su ingenio y su inspiración a favor de su carrera y no de su vida. Su psiquismo se infecta de este trato venenoso. Y del modo más natural, el “Executive” monstruito de la oficina trasladará este trato macabro a sus relaciones personales: “hice esto por ti, espero tu devolución”.
Fatalmente, las carreras ilustres son pirámides que se construyen sobre cimientos de tragedias personales y familiares.
Dionysis Jaritopulos
Periódico Ta Nea 7/12/02